Todo el mundo sabe que la abundancia de pollo y la construcción del socialismo son variables incompatibles.
Está demostrado que en la medida que se construye el socialismo, el pollo comienza a escasear. Es inevitable. De hecho, los procesos históricamente más exitosos de construcción del socialismo se han caracterizado por la casi total ausencia del pollo en la mesa de sus ciudadanos. Es absolutamente constatable desde el punto de vista empírico. Que le pregunten a un cubano medio (a uno que viva en Cuba) cuándo comió fricasé de pollo por última vez, o a un norcoreano (que no pertenezca a la nomenclatura) cómo se ve, o cómo huele, el Sam Gye Tang.
Ciertamente, el socialismo tiene otras virtudes. Por ejemplo, en un sistema socialista es posible disfrutar del arte socialmente comprometido, de la planificación socialista y del trabajo voluntario, elementos nada desdeñables y que generan muchas satisfacciones entre los ciudadanos, pero como todo en este mundo tiene un costo, los Hombres Nuevos se ven obligados, si no a prescindir totalmente del pollo, sí a reducir notablemente su ingesta.
Evidentemente, la ausencia del pollo no es una obligación en el socialismo e incluso son muchos los teóricos que han sugerido que el socialismo mejoraría ostensiblemente si el pollo (a excepción del transgénico) fuese parte de la dieta cotidiana. Pero lamentablemente, lo sibarita de su alimentación, lo costoso de su cuidado y su tendencia a contraer enfermedades aviares, junto al carácter poco comprometido de la mentalidad de los pollos, dificulta, aparentemente, su crianza y reproducción en cualquier medio donde impere la conciencia social.
El tamaño minúsculo (más pequeño que la mano que lo sostiene) de este pollo socialista venezolano, constata dramáticamente lo arriba expresado
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la res tampoco debe tener mentalidad comprometida, porque en la construcción del mundo nuevo también desaparece
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